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lunes, 19 de enero de 2009

Chia-paz


Cuando tenía 14 años, fui invitada a Chiapas. La familia de mi mejor amiga de la adolescencia, Isabel, se iba a Chiapas por unos días. Corría el año de 1995 cuando salimos de la Col. Providencia en la delegación Azcapotzalco en un carro rojo, Isabel, su mamá y el Sr. David con rumbo a Chiapas. Era la primera vez que salía sin mis papás a un lugar tan lejano. Además era un viaje de regalo por motivo de mis 15 años y los de Isabel, pues unos días después de regresar de ese viaje, ella cumpliría 15 y yo un mes después.

Un día y medio duró el viaje y para mí fue el descubrimiento de un nuevo mundo. Tengo muchos recuerdos de la carretera, de las canciones que cantamos para entretenernos, de las historias, de la comida, la sensación tan extraña que me causó pasar por la Ventosa, (la parte más estrecha del país) en donde hay unos vientos terribles, de una parada en un pueblo formado de no más de 15 casas llamado Emiliano Zapata en donde nos quedamos una noche y en donde vi un montón de luciérnagas y sapitos miniatura en una noche lluviosa y calurosa.

Llegando a Chiapas fue todo un descubrimiento, saber que había un “problema” con un grupo de indígenas y que por ese motivo nos tenían que parar los militares a cada rato. Nos bajaban del auto, abrían las puertas del mismo y revisaban todo. Le preguntaban al Sr. David a donde íbamos y porqué. Él tenía un hijo viviendo en Tuxtla y fuimos porque él se regresaba a la cuidad y era la última oportunidad de ir a Chipas mientras él estaba ahí.

Llegamos a Tuxtla y conocimos Chiapa de Corzo, el Cañón del Sumidero, el Parque de la Marimba, San Cristóbal de las Casas, una cascada llamada el Chiflón, El Zoológico de Tuxtla y un montón de lugares más, entre mercados y calles.

De aquel viaje, tengo unos recuerdos muy buenos, como las mañanitas que nos dedicaron a Isabel y a mí en el Parque de la Marimba, el descubrimiento de una de mis bebidas preferidas El Pozol, de la esquina de la catedral de Chiapa de Corzo, los tamales de chipilin y un montón de delicias más. Pero sobre todo fue ver a las Chamulas bajar del cerro con la leña sobre sus espaldas, la gallina que dejó una familia indígena, amarrada de un santo en la catedral de San Cristóbal y de ese movimiento, que fue uno de los más importantes y representativos de nuestro país el EZLN. Creo que en muchos aspectos ese viaje me cambió la manera de pensar, de ver a la gente y nuestra realidad como país.

Después en la Universidad, en segundo semestre la carrera de Historia, la UNAM, nos dio una de las prácticas de campo más completas que hacía tiempo no daba. Nos puso la mitad del presupuesto para hacer una práctica a la Ruta Maya… Ese fue un viaje del que después dedicaré un post. Por ahora recuerdo que terminó en Chiapas y fue la vez que descubrí Palenque y las Cascadas de Agua Azul.

Un año después, se presento otra práctica de campo. Visitamos una parte de Tabasco y Chiapas. Aquella vez me tocó descubrir, la selva lacandona, la realidad de la frontera sur y una partecita de Guatemala. Pero también entendí, la diversidad del estado. Conocimos los altos de Chiapas y muchos lugares como Bonampak, Toniná, Ocosingo, etc.

Después de trece años volví a Chiapas desde la primera vez que estuve ahí. No tan solo volví a estar en el estado, sino que estaba con Ugalde. Esta vez rentamos un carro que nos dio para recorrer desde Tuxtla Gutiérrez hasta Palenque. Volví a probar el pozol de la esquina de la catedral de Chipa de Corzo y aun sigue ahí la señora y aun conserva el mismo sabor. Estuvimos en San Cristóbal y me dí cuenta que ha dejado de ser un simple pueblo, para convertirse en un lugar donde habitan personas de todas partes del mundo, aun sigue habiendo muchos niños persiguiéndote para venderte algún cinturón o pulseritas, pero ya no vi a todas las etnias juntas como antaño. Descubrí San Juan Chamula. Las Cascadas de Agua Azul siguen manteniendo la misma belleza y han compuesto el camino, ahora se puede ir más arriba y mas seguro (son de esas cosas que uno se da cuenta!). Palenque sigue igual de bello, el Templo del Sol me siguió pareciendo tan hermoso como antaño y Toniná, sigue igual manteniendo la misma vista impresionante que se aprecia desde su altura. Ocosingo, ahora esta más joven que nunca, pues la mayoría de su población la forman jóvenes entre los 12 y los 20 años. Por las carreteras se puede ver que se han terminado en un gran porcentaje, las casas de madera y ahora se ven más casas de cemento.

Chiapas sigue manteniendo la belleza mística de sus etnias, sus zonas arqueológicas, y esa especial manera en que sigue haciendo conciencia de nuestra multiculturalidad.

Fue un viaje lleno de cosas nuevas a mis ojos, lleno de sucesos que inspiran, de gente que vive para ayudar, una llamarada para volver y vivir ahí.

lunes, 12 de enero de 2009

Mi terruño.



Desde que supe que iba a México, en mi mente comenzó un efecto extraño. Estaba trabajando y derepente se venía a mi mente el recuerdo de una calle, un olor, un sabor, un hecho, una persona, un día, una tarde, que me recordaban a México. Era una sensación como entre estar en un sueño, algo muy extraño.

Por otro lado, sinceramente, ir de “vacaciones” a mi propia tierra no me parecía una idea muy buena, porque finalmente estar aquí, significa seguir conociendo y aprovechando la lejanía de mi terruño y la cercanía a lo desconocido para seguir descubriendo las cosas nuevas. Pero fue una decisión maravillosa.

En 11 horas, ya estaba ahí, en tierra conocida, en casa. Que bella sensación, es ver a los tuyos. Era imposible de creer, pero ya estábamos ahí con nuestras maletas y quien te espere en el aeropuerto, con unas ganas enormes de sentir el sabor de unos tacos, una gordita de chicharró tan soñada (de verdad soñada), de tomarse una Negra Modelo y ver: a la familia.

De pronto entramos a la calle que me dio alojo 25 años de mi vida. Vi mi casa y mi corazón se salía por las ganas de llegar y encontrarlos a todos. Toqué a la puerta y ahí estaban, mis hermanas, mis hermanos, mis sobrinos y mi padre. Qué emoción!!! Ya estaba ahí, en casa, con los míos, con mi sangre.

Desde ahí se vinieron grandes alegrías, ponerme al tanto de las cosas ocurridas en este tiempo que aunque ha sido poco, es el suficiente como para saber que necesitaba mucho estar ahí. Por tres semanas disfrute mucho de la comida, de mi familia y del simple y mundano hecho de estar en mi tierra.