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miércoles, 15 de febrero de 2012

Querida maestra Rosalía...

Lamento no haberla ido a visitar antes. Creo que llegar a tiempo en las despedidas de cuerpo presente no son lo mío.
Desde que vi la foto, la última publicada en Facebook, reconocí ese semblante, esa mirada de los que pronto se irán… ya pasé por ahí y simplemente lo sabía…
Hoy fui a su velorio, estuvo lleno de gente, mucha gente, muchas flores, muchos reencuentros y recuerdos. Vi a los maestros de la carrera, a los compañeros, a la pequeña Xime, muy tranquila. Y me dio gusto. No fue el mejor momento para juntarse, pero alrededor suyo siempre han surgido encuentros llenos de emociones y este no tendría por que ser la excepción.
Hace más de un año que fue la última vez que nos vimos, aquí donde hoy le escribo, en la pequeña sala de mi casa, cuando apenas nos habíamos mudado para La Roma. Recuerdo bien, que comimos en el “Corazón de Árbol” y caminamos por el mercado de Medellín y me mostró la casa donde vivió sobre la calle de Coahuila al igual que yo y me regaló un jarrón. Estuvo en mi espacio y me llenó de orgullo verla sentada en la sala de mi casa, platicando de todo y de nada, porque nunca me imaginé que la mujer que tanto admiraba estuviera ahí.
Antes de eso, como usted lo mencionó, fue la prestanombres de mi tesis, pues recuerdo que mientras estábamos en la comida les dijo a todos que yo había llegado con la tesis hecha y que usted no tenía ningún mérito en esa empresa. Y como olvidar las pláticas en su cubículo, así como el café y las arracadas en el Jaquemir.
Tantos recuerdos me remiten al día en que abrí mi computadora y estaba un mail suyo que había traspasado los océanos. A partir de ese día supe que el destino nos puso ahí a las dos para continuar con la historia que se cruzó al paso de más de 3 años de no saber la una de la otra.
Recuerdo también, aun causándome sorpresa, el día que la conocí, en el 3er semestre de la carrera, cuando nos dijo que el día tenía 24 horas y nosotros necesitábamos leer 25 horas. En aquel semestre me cuestioné profundamente quedarme en Historia o cambiarme de carrera, sentí que no servía para eso, pero al paso del tiempo, a través de sus comentarios supe que se necesitaba amar la carrera.
Mi admiración hacia usted creció tanto, cuando nos invitó a la premiación de los Premios INAH, en donde ganó a mejor tesis de maestría. Mi inseparable amiga Judith y yo la fuimos a felicitar al Museo de Antropología e Historia y nos llenó de orgullo saber que nuestra maestra había ganado dicho premio.
Recuerdo también aquel seminario de cultura Mexicana en donde le pedí permiso para retirarme pues iba a participar en la puesta de escena del ballet de la FES- Acatlán, y por supuesto la invité. La vi entre el público. Después supe que el gusto por la danza nacía del amor que su hija también sentía por ese arte. Pensé que usted era el modelo de maestra, en donde le dan al alumno importancia a lo que dice, hace y escribe. Y así trato de ser ahora yo, como profesora frente a los muchachos.
Usted nos enseñó el amor por la lectura, el amor a la historia, siempre con esa sonrisa, siempre con una buena actitud ante las adversidades. Siempre usted, tan llena de verdad cuando platicaba algo, tan admirable y generosa con nosotros, que tan solo éramos unos estudiantes aspirando a ser como usted… algún día.
No tengo palabras para expresarle mi agradecimiento y mi admiración. Siempre recuerdo esa frase cuando me contaba que se había reunido con un historiador extranjero. Me dijo que era una persona sencilla, como las personas inteligentes, siempre sencillas. Gracias por todo lo que nos dio y por todo lo que aprendimos de usted, no tan solo como maestra, si no como ser humano.
Hasta siempre, mi querida maestra Rosalía…